Por Alex Amaya del Cid
CONOZCA ESTAS CARAS. Este equipo viste el uniforme del Alianza, pero no es el Alianza.
Esos muchachos sólo se pusieron esa camisa sagrada para embarrarla del peor fango de la historia. Alfredo Campos
El Alianza tuvo un torneo tan malo que finalizó en el último lugar. No fue lo peor, sino que el equipo tuvo poca dignidad y coraje para finalizar con la frente en alto, sobre todo luego de que quedó eliminado de semis cuatro fechas antes.
¿Disminuido con la partida de Rodolfo Zelaya? Más que eso, como que se le fue el alma y corazón a un plantel cuyos jugadores mostraron poco fútbol, y ni siquiera el carácter para sacarlo del bache.
Quizá sea un gran equipo a nivel de nombres, pero dentro de la cancha no mostraron ni siquiera el apellido para vestir la camisa del Alianza, que pesa mucho.
Fueron pocos los jugadores rescatables de este último torneo, pocos de los que se pueda decir que sí defendieron a una gran institución con orgullo y amor propio.
Es fácil echarle la culpa al técnico.
Lo correcto, lo que hace un jugador con dignidad es asumir la verdadera responsabilidad de rendir y ganarse el sueldo.
El Alianza tiene buenos jugadores pero no tuvo nunca un verdadero líder que pusiera la voz de mando y los puntos claros para saber adónde estaban parados, que recordara a sus colegas la institución a la que representan y a la afición que se llevan por delante.
Cuando se es último y se ha decepcionado a todos, es fácil echarle la culpa al técnico o a los dirigentes, pero uno como jugador también tiene que ser responsable, no sólo figurita.
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