A meter goles, a hacerlo campeón, a sudar la sagrada camisa blanca, a dejar el alma en la gramilla, a llorar de alegría en la victoria, y de tristeza en la derrota.
Los albos necesitaban un hombre de área y lo llamaron para que les resolviera el problema de los goles. Y Rodrigo llegó con ellos y alcanzó momentos cumbres al darles dos cetros. Con los paquidermos jugó cuatro temporadas y en 1998 en una final contra el Luis Ángel Firpo fue el jugador de excepción pues en un tiro de esquina se adelantó a los defensas pamperos para vencer a Misael Alfaro.
Ese día los seguidores albos lo anduvieron en andas en el Mágico González. En el equipo capitalino además entró en el selecto grupo de los 100 goles, eran los tiempos en que la vida y el fútbol le sonreía. Para entonces había jugado 376 partidos oficiales en cuatro equipos diferentes de la Liga Mayor, ciclo en el que anotó 101 goles.
Rodrigo se fue con el color que amó toda su vida: de blanco, y en los hombros de otros albos de 24 quilates como él.
Rodrigo se fue con el color que amó toda su vida: de blanco, y en los hombros de otros albos de 24 quilates como él.
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