Hay una fuerza extraña al interior del Alianza que hace que los cracks se vuelvan comunes.
Lisandro Pohl no está en el fútbol para que lo quieran. Fue así en el Águila, en el Chalatenango y ahora con el Alianza.

Donde esté, trata de mercadear de la mejor forma a sus equipos, llevando a los mejores jugadores, a los de moda, sin importar los costos. Apuesta a que la inversión la recuperará en taquillas y en los patrocinadores, debido a la confianza que le tienen muchas empresas con las que casi siempre ha trabajado.

Desde 2008, he visto desfilar decenas y decenas de jugadores de cartel, entre salvadoreños y extranjeros,  otros no tanto, su joyita Fito Zelaya, decepciones como Nico Muñoz –único equipo donde no mostró su capacidad goleadora–, paquetes como Yaikel Pérez, etc.

Todos sonados, todos futbolistas del momento y todos comprometidos en hacer del Alianza “el mejor equipo de la primera división del fútbol salvadoreño”.

Tras el final del Clausura 2014, donde volvió a ganar el mismo, haciendo lo mismo, pero distinto a los otros, el Alianza ya lleva siete fichajes contabilizados, más los que posiblemente esté por fichar, llegando al promedio de jugadores que torneo a torneo renueva desde que Pohl llegó en el Apertura 2008.

Si es de comprar, se compra; si es de prestar, se presta. El Alianza de Lisandro no escatima esfuerzos con tal de desechar y armar, desechar y armar, desechar y armar.  Lo malo es que esa dinámica, a pesar de que ha sido la misma y evidentemente fracasada en lo deportivo tras solo un título ganado, no cambia esté quien esté en el banquillo.