Le tocó cargar una pesada cruz. Nunca le hizo mala cara al reto de dirigir a un equipo con un severo castigo por parte de la FIFA. Al contrario, aceptó la petición de la directiva por salvarlos del descenso y el repechaje. Remó contra la marea (lesiones y expulsiones) pero su mayor satisfacción fue darle oportunidad a los jóvenes. Pablo Centrone repasó su etapa con el equipo.
Anunció que no seguirá en Alianza, porque no lo llamaron los dirigentes. ¿Qué experiencia le dejó el equipo?
La tranquilidad de haber cumplido los objetivos. Me acuerdo del primer día en Alianza. Se me pidió que salvara al equipo del descenso y que no entráramos al repechaje. Estoy agradecido con mis jugadores. Fueron artífices fundamentales en esto. Pero no fue fácil. Tuve muchos expulsados, lesionados y el plantel era corto. Esta es la tercera vez que afronto una situación complicada.
¿Cuáles fueron las anteriores?
En 1993-94, tomé último al Deportivo Italiano -de Argentina-, en la Segunda, y lo salvamos. A mediados de 1999, dirigí al equipo de Aracatuba, en la Liga Paulista. Tuve que pelar contra monstruos como Santos, San Pablo, Corintians y nos salvamos también, pero con Alianza viví la aventura más difícil por los contratiempos económicos, de jugadores y porque se hacía muy difícil elegir. Dios me tocó con la varita mágica. Pero tuve a un excelente compañero a mi lado, Wilson Gutiérrez. Fue leal y fiel. Me ayudó mucho en los momentos críticos y espero volver a trabajar con él.
Viaja a Buenos Aires mañana. ¿Cuáles son sus planes?
Primero ver a mi esposa, a mis hijos y a mi mamá. Ya los extraño. Quiero disfrutar lo que a veces uno descuida por el fútbol. Pero me gustaría seguir si Alianza resuelve sus problemas internos. Estoy abierto al diálogo. No les he cerrado la puerta.
Si la directiva no lo llama, ¿la afición le ha pedido que se quede?
Por supuesto. Me siguen por Internet. Esta semana recibí cincuenta correos de personas pidiéndome que siga en Alianza, y lo que hago es reenviarle los mensajes a mi esposa para que vea que alguien me quiere (risas).
El sábado, durante el último juego, la afición coreó su nombre. ¿Se le hinchó la piel?
Se me trabó la cabeza, el habla. Se me hizo un nudo en la garganta porque este grupo de aficionados nos siguió en todas las canchas. Fueron incondicionales. No me alcanzan las palabras para agradecerles.
¿Cómo supo manejar al equipo? Se le identificó como un DT con disciplina...
La disciplina es parte de la vida. No fui un gran jugador, pero la disciplina táctica y mental me ayudó en mi formación. Siempre hago una autocrítica en mi trabajo. Por eso después de cada partido si algo no se hizo bien me echo la culpa. Algo que me ha asombrado es el vocabulario feo que se ocupa entre técnicos y jugadores, en todas las divisiones (menores, tercera, segunda y primera).
Siempre mantuvo el código de no señalarle errores a sus pupilos...
Llegué a conocer que la idiosincracia de cada país varía. En Argentina, es normal que un técnico insulte a sus jugadores en el medio tiempo. Pero en México noté que un trato así bajonea al jugador. Aquí me dijeron que debía tener mano dura, pero no hubo necesidad. El que se portaba mal se iba solo. No se necesita pelear con nadie. Tengo mis códigos de trabajo.
FUENTE: El Diario de hoy
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