UNOS TIENEN MÁS AÑOS, OTROS MÁS COPAS, NINGUNO TIENE MÁS GLORIA ☼ PRIMER CAMPEÓN NORCECA DE EL SALVADOR ☼ ÚNICO CAMPEÓN GRANDES DE CENTROAMÉRICA ☼ ÚNICO CAMPEÓN INVICTO EN NORTE CENTROAMÉRICA Y EL CARIBE ☼ DOCE VECES CAMPEÓN NACIONAL ☼ ALIANZA VIVIRÁS HASTA QUE SE APAGUE EL SOL

domingo, 14 de noviembre de 2010

LA AFICION ALBA

Alianza toque, toque: la previa

title=
Por Emilio Velis » » Mandalo por email Mandalo por email

Cuando juega de local, al Alianza se le debe ver jugar en Sol General. No sombra, no sol preferente, no platea y mucho menos palco. Sol. Vietnam. Solón ¿Por qué? Si usted ha ido, sabe perfectamente por qué. Si no, deje y le cuento.

Ir a ver jugar al Alianza es un ritual que inicia al subirse en una 44 un domingo a la tarde. Pagarle al motorista y sorprenderse de la soledad de la coaster, hasta que de un pick-up se bajan más de quince tipos, todos vestidos de blanco, todos menores de treinta años, y se suben en tu coaster. El motorista, con una camisa alba retro —la Tropi de inicios de los noventas—, sonríe. “Se nos va a llenar”, dice. La coaster arranca y salimos de la Zacamil.

Los quince tipos se sientan y conversan de todo menos de fútbol. René le cuenta al Chino que ya le consiguieron trabajo, va a hacer limpieza en el ISSS. El Chino le cuenta que acaba de salir de parciales y no ha dormido bien. “El doc”, el mayor de todos, dice que en el Seguro no dieron puente y que le va a tocar penqueado, porque empieza turno a las 7 p. m. Llegamos a la UES y suben familias, parejas con niñas, uniformados todos. Los “Ojalá ganemos, papi” con voz infantil resuenan dentro de la 44 y los quince tipos de la parada anterior le preguntan a uno de los padres “¿Cuántos años tiene tu niña, varón?” —“Tres”, responde el otro, orgulloso.”Qué vergón. Cuidala”. El padre sonríe, la niña dice “gracias” y llegamos a Metro.

Son las 2:15 p. m. y falta una hora para el partido. Sobre Los Héroes camina un mar de banderas blancas que esperan ingenuamente que pase una 44 vacía. La coaster no da para más y el motorista anuncia “directo a Saquiro”. El Chino grita “hey Negro, subí hasta el Estadio”. El motorista se ríe y nos recuerda “está lleno de juras, no me van a dejar”. La jura, mala palabra entre el conglomerado blanco. “Allá van los perros, listos a repartir” dice El Doc. Enfrente, en el paso a desnivel de la Terminal de Occidente, pasaba un camión lleno de efectivos de la UMO. Nos acercábamos a El Hermano Lejano.

Los cien metros que hay entre El Hermano Lejano y la parada de Saquiro se sienten eternos cuando se tiene una cita en el Cuscatlán. El corazón deja de ser un músculo y en esa mísera cuadra se convierte en un bombo que ensordecería, de no ser porque hay muchos otros bombos en la calle, igual de blancos, igual de alegres, igual de esperanzados. Bombos doctores, estudiantes, motoristas de coaster, los mañosos de todos los días que en circunstancias normales te habrían bajado el celular, pero que en contexto de camisas blancas un domingo a la tarde te dicen: “espérenos, vamos a caminar con usted, que aquí ponen”.

Bombos de niñas que se enamorarán del fútbol, bombos de sus padres que las llevan al estadio. Bombos que caminan hacia una mole de cemento pintado de rojo y amarillo. Bombos que pagan $3 en la taquilla de sol general. Bombos que dejan que los requise la policía y suben la infame rampa que habrá de revelar la inmensidad de ciento siete metros verdes donde ese domingo se definen más que tres puntos y una posición en la tabla. Un estadio que tiembla porque hoy somos dieciséis mil. Y venimos de perder dos veces. Y hemos venido a ganar.

Fuente: LA CULEBRITA MACHETEADA

1 comentario:

Snipe dijo...

¡Gracias por compartir nuestro artículo! Solo quiero aclarar que fue hecho por Virginia Lemus, una aliancista de corazón. ¡Saludos!