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domingo, 15 de mayo de 2011

¡LA GLORIA NOS PERTENECE!

Los albos al fin devuelven la corona a la capital y celebran!


Alianza no ha vuelto a ser grande. En realidad, nunca dejó de serlo. Durante siete años fue un gigante dormido, que sufrió y recibió todo tipo de golpes, hasta que un día se cansó, despertó y decidió que era hora de volver a sentarse en su trono. Ayer lo hizo y por novena –décima para su hinchada– vez en su historia es campeón del fútbol salvadoreño.

Y de nuevo los albos tienen un nombre que corear, un ídolo al que admirar. Se llama Rodolfo y se apellida Zelaya. Delantero, define como un “killer” y tiene la mentalidad de un infante. Capaz de lo mejor y de lo peor: de anotar un doblete y coronar campeón a su equipo y de irse expulsado por una tontería que provocó la casi resurrección fasista.

Sin embargo, la remontada tigrilla hubiera sido un premio justo e injusto. Justo para una plantilla que ha sufrido la falta de salarios todo el campeonato y que tuvo las piernas suficientes para no rendirse, llegar hasta la final y quedarse a un paso de la corona. Injusto porque hubiera sido el “premio” a una directiva irresponsable y nefasta: vergonzosa para un equipo de una categoría como la del FAS.

Además, el fútbol salvadoreño puede estar presenciando un cambio de ciclo. Alguna vez los Alejandro Bentos, Williams Reyes, Víctor Velásquez o Christian Álvarez fueron jóvenes, y con la enjundia de la juventud y el orden de una directiva que hoy extrañan hicieron historia en el balompié criollo. Sin embargo, ya no les basta a los fasistas con el oficio de todas sus finales para sumar más coronas. Al menos, no cuando enfrente está la nueva generación alba, comandada por Fito Zelaya.

Porque la nueva sangre alba se curtió durante siete años de puras frustraciones. El fútbol ya les debía una. Acaso ayer la presencia tigrilla los desacomodó, pero eso fue solo durante los primeros 20 minutos de partido. FAS lucía intimidante y los capitalinos en exceso cautelosos, en busca de una pelota que circulaba entre las piernas de Álvarez, Moscoso y Peña, que se movieron tranquilos hasta que el medio campo aliancista encontró comodidad en el pasto del Cuscatlán.

Tardó, porque esos 20 minutos fueron el principio del colofón a una espera de siete años para las huestes blancas. Tantos entrenadores y jugadores pasaron sin dejar más historia que malos recuerdos y apenas unos cuántos sobrevivientes. Los mismos Edwin Martínez, Héctor Salazar o Carlos Ayala que alguna vez pelearon cada pelota por salvarse de un descenso, ayer la pelearon por el título. Los más nuevos fueron los valientes, los más viejos los luchadores.

¿Fue penalti?

Todo eso que ha vivido Alianza es lo que le falta a otros jugadores para lograr lo que los albos alcanzaron ayer. Obligado a ocupar a un juvenil durante 45 minutos, el peruano Alberto Castillo, técnico tigrillo, decidió dar paso en el once titular a William Maldonado, cuya presencia en la final fue puramente testimonial. Ahí se veía que andaba una camiseta “7”, pero nunca conectó con sus compañeros y lo único que se ganó fueron los reclamos por no combinar adecuadamente.

Irónico, porque mientras Maldonado se quemó, presa de los nervios, el albo Herbert Sosa –que fuera una vez su compañero en una selección sub 17– jugó con categoría, y cuando comenzó a gravitar, comenzó a empujar también Alianza.

Los santanecos no habían sacado mayor provecho de su inicio. Alianza se encontró la pelota y despertó al minuto 17, con un remate ansioso de Fito que contuvo bien Luis Contreras, y con un tiro libre (al '21) del mismo Zelaya que “Motor” soltó y atrapó en segunda oportunidad.

Los blancos comprendieron que dejar jugar a FAS era caer en la misma trampa que hace seis meses le tendió Metapán. El que quiere ganar tiene que jugar. Y aunque Bentos se sacó un cabezazo que pasó cerca del poste y Maldonado remató justo a las manos de Henry Hernández, esas fueron aproximaciones esporádicas de un FAS que ya no tenía le pelota y que se iba arrinconando ante un más ansioso Alianza.

Con la presión encima, es más fácil cometer un error. Será un debate eterno saber quién lo cometió, si Marlon Mejía cuando vio caer a Carlos Ayala o Mardoqueo Henríquez al meterle el cuerpo al “Rapado”, pero sobre el minuto 39, Alianza encontró la oportunidad de oro para romper la portería fasista y conseguir lo que no había podido hace seis meses: la ventaja y manejar el ritmo de la final a su antojo.

Como no podía ser de otra manera, el que llegó a cobrarlo fue Zelaya. Nada de besar esta vez la pelota, solo pegarle de derecha, medirlo a la izquierda y correr a celebrarlo. Alianza ya tenía lo que quería.

FAS reaccionó de inmediato. Abofeteado por una desventaja que consideró injusta, Christian Álvarez le apuntó al ángulo superior izquierdo de la meta de Henry Hernández, pero antes que su remate se colara en el mismo, apareció el vuelo y la mano salvadora de cancerbero para mandar a tiro de esquina el esférico y al descanso el partido.

Frenesí y fiesta blanca

Completados los 45 minutos de Maldonado en la cancha, “Chochera” sacó al juvenil y mandó al brasileño Marcio Teruel, con la esperanza de ser más incisivo al tener la pelota y tener más opciones de cara a la meta blanca.

Pero la apuesta nunca dio resultado. Apenas un remate de Reyes tras una pared con Bentos y una volea del mismo argentino fueron las opciones tigrillas en una segunda mitad que caminaba sin problemas a coronar a Alianza. FAS no se podía quitar el tanto de desventaja y, para protegerlo, “el Toto” volvió a apostar por la doble contención con el ingreso de Roberto Maradiaga en lugar de Abraham Amaya.

Nada parecía alterar el curso de la historia hasta que el partido cogió emoción a los 74 minutos. Un trazo largo desde el fondo de la zaga aliancista acabó con un balón que no debía significar mayor problema para que Mardoqueo Henríquez lo controlara. Su problema no fue ese, sino que tras él merodeaba Zelaya. “Mardo” titubeó: primero vio la pelota, luego no la vio y después solo vio a Fito definir por debajo del cuerpo de “Motor”. Acabado, nada podría levantar a FAS.

Nada, excepto los gritos de un verdadero fasista. Durante ocho minutos, tras el segundo tanto de Zelaya, los santanecos estuvieron muertos, quizá preguntándose cuánto había de taquilla o pensando en que la directiva colombiana no les hiciera la “marufiada” con la misma. Se durmieron y lo que los despertó fue ver a Víctor Velásquez cabecear en el área alba y vencer a Hernández. A falta de otros ocho minutos, la salvación estaba otra vez a un gol.

El grito que se escuchaba únicamente al fondo del sector de sombra sur –¡FAS, tú puedes! ¡Sí se puede!– se extendió en el estadio y los tigrillos recuperaron la fe de que sí podían. Y si el tanto de Víctor y los gritos de la Turba no eran suficientes, Zelaya les dio más vida cuando, sobre el '85, le dejó ir un codazo al mismo Velásquez en un salto y se fue expulsado por doble tarjeta amarilla. Aplaudido como el héroe que anotó los tantos de un título y con el miedo de acabar como villano si los occidentales conseguían la remontada.

Pero esta no llegaría. Lo más cerca que estuvo FAS fue en una incursión de Bentos al área aliancista, sobre el '88, justa para meter un centro retrasado que Reyes solo vio pasar y que Óscar Ulloa hijo no remató ni rematará jamás. A los tigrillos ya solo les bastó para llegar una vez más a marco, en una jugada que acabó con una volea de Bentos al cuerpo de Maradiaga que toda Santa Ana reclamó como penalti.

No lo fue. Y como no fue, no pudo ser la remontada fasista ni la 18.ª corona occidental. En cambio, sí fue la novena aliancista. La que llega después de siete años de larga espera y tras todo tipo de calamidades. Atrás que quedan las decepciones, los octavos puestos en tablas acumuladas, los castigos de la FIFA, los quitar y poner técnicos y las sanciones disciplinarias. El proceso que comenzó hace año y medio es el campeón, el campeón solo con nacionales, el del mejor jugador del país, el del técnico que prefiere quejarse que celebrar, el campeón que cómo no van a querer.

LPG

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