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lunes, 1 de noviembre de 2010

CIRCO, MAROMA Y TEATRO PARA LOS TAPUDOS GARROBEROS

Todo por el mismo precio, cortesía del Aliancita...!

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Justo antes de que arrancara el partido entre Alianza y Águila, los emplumados se equivocaron y ocuparon el sector norte de la cancha. Los albos se movieron al mismo lado y mandaron al sur a los negronaranja. Mejor les hubiera sido salirse de la cancha.

No fueron testigos de la máquina que les pasó encima. Alianza los bailó, les pegó y aplicó las tres “G”. Ganó, goleó y gustó, además de que humilló a Águila tanto como antes lo había hecho en el estadio Cuscatlán con FAS (4-0) y Firpo (5-0). A todos los otros “grandes” los trató como equipos vulgares y los emplumados no fueron la excepción.

Porque la fiesta fue completa. Parecía un circo porque tuvo de todo, con la diversión de los goles aliancistas, las piruetas de Willer Souza, el chiste del penalti fallado por Alfredo Pacheco y el show principal de los “enanos”: el plantel emplumado, reducido a casi nada, y con una fracción más que evidente cuando su capitán, Ramón Sánchez, fue sustituido y arrojó el gafete.

Lo cogió Marvin González y no se lo quiso poner nadie. No lo quería el defensa, se lo ofreció a Benji Villalobos y nada. Se lo ofreció a Pacheco y nada. Lo siguió ofreciendo y nada. Tuvo que acabar él mismo jugando con el gafete en la mano, ni siquiera puesto. Águila no tiene capitán, no tiene líder, y por eso la cara más visible es la de un presidente que ayer tuvo que morderse la lengua y recordar que ha prometido guardar el “jabón” para darle paz al entorno oriental.

A los orientales que se les nota que juegan con las piernas pesadas. Ayer solo tuvieron fuerzas para resistir al Alianza durante 40 minutos. Si lo de los albos era presión, rapidez y vértigo, lo de los aguiluchos era lentitud, dificultad de traslado y perdida de tiempo. Había que aguantar el cero tanto como fuera posible.

En ello tuvo mucho que ver Benji Villalobos. Titular en lugar de Miguel Montes –según Eraldo Correia por merda decisión técnica–, el meta tapó cuatro tiros con dirección a gol; dos de ellos, incluso, arrojándose a los pies de los capitalinos.

Todos, antes de que el reloj marcara el minuto 42 y un cabezazo de Abraham Amaya encontrara la mano descarada de Francisco Álvarez. Penalti y gol aliancista, cortesía de Willer, que aderezó el festejo con sus acostumbradas piruetas.

La función había comenzado. Porque apenas tres minutos después, un centro por derecha de Julio Martínez encontró la testa de Carlos Ayala en el primer poste, justo para empujarla y convertir el segundo. Más festejo para el aficionado albo, que luego de ver el principio de la función estaba listo para asistir luego al acto del lanzador de cuchillos, al del trapecista y nuevamente al del malabarista.

La fiesta blanca

El de los cuchillos fue Julio Martínez. Titular después de varias jornadas en las que ni siquiera se equipó, el volante recordó porqué alguna vez fue seleccionado nacional y tuvo pinceladas de sus mejores tiempos, arrojando disparos como quien lanza cuchillas con un par de remates de lejos que tapó Benji, con una volea al recién iniciar el segundo tiempo y con un cabezazo al '50.

Ese último fue el que dio en el blanco. Willer puso el centro al segundo poste, donde Julio saltó más que nadie —porque nadie lo marcó— y puso la pelota donde no la alcanzaba nadie: arriba de las manos de Benji y en el fondo de la red. Ahí solo la alcanzaron los defensores migueleños para llevarla de nuevo al centro para que pudiera continuar la masacre.

Con 40 minutos todavía por jugar, Águila pudo haber reaccionado cuando el central les dio un penalti al '56. Empero, Pacheco falló caminando en el trapecio, no tuvo equilibrio y su tiro fue más anunciado que la goleada que ya tenían en la bolsa, y Fuentes contuvo el remate. ¿Un chiste más? Nelson Reyes reventó el rechazo y lo tiró a las nubes, con la portería sola.

Todo lo demás fue puro espectáculo. Un penalti más y otro gol de Willer, que se despidió del público con otra pirueta de malabarista.

Toques, olés y cambios para que salieran Amaya, Julio y Souza –todos aplaudidos– y para que Alianza y Águila pusieran punto final al circo: el de la diversión capitalina y el de la vergüenza oriental.

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